sábado, 3 de junio de 2017

Pico Cuerna y Peña Agujas

Comenzamos la ruta en Villaverde de la Cuerna, cuando se acaba la carretera, seguimos por el camino que remonta el arroyo de Fargas y que nos llevaría hasta Puebla de Lillo.

A la izquierda de este espinazo calizo de 1884m. dejamos el collado de Valporquero, por el que luego volveremos a enlazar con el camino de subida.




En el Pando de Valporquero abandonamos la pista y remontamos por los prados de Valporquero hasta colocarnos justo debajo del Pico Redondo.

Con la atenta mirada del Susarón vamos ganando altura poco a poco, aquí no hay prisa, es mejor ir con mucha calma.

Según ganamos altura nos vamos metiendo entre la niebla que pasa desde Asturias.

Cuando alcanzamos la arista estamos rodeados y a esta altura el calabobos (no haber venido) es persistente.

Las vistas no han sido la razón para continuar con nuestra aventura.

Entre la niebla alcanzamos la cima del Pico Redondo.

Y decidimos continuar…

Habrá quien no lo entienda, pero en todo momento hemos conservado la esperanza.

Sabemos que en cualquier momento el cielo quiere y nosotros queremos estar ahí.

Coronamos el Pico Cuerna, nuestra máxima altura del día 2140 m.

Y seguimos soñando…

Sabemos que nos queda lo más bonito de nuestra ruta.

La cima de Peña Agujas es lo más escarpado que teníamos que afrontar.

Y lo conseguimos, creo que incluso el perro que nos acompañó desde el pueblo flipa de nuestra persistencia. No sabe lo que pone, pero seguro que piensa que es algo grande.

El descenso lo hacemos con mucho cuidadin, el terreno resbalaba bastante.

No puede faltar la visita al “moaí” que como nosotros, intenta atravesar la niebla con la mirada para ver un paisaje precioso que se nos resiste.

Una vez descendida Peña Agujas, abandonamos la arista por la que vinimos y vamos perdiendo altura para descender.

Abandonamos la niebla y recuperamos la mirada. Sorprendimos a los rebecos al aparecer entre las nubes.

Y empezamos a ver el valle por el que subimos, por fin estamos de nuevo orientados.

La arista caliza que veíamos al subir, aún se está intentando zafar de la niebla.

Nuestro camino pasa por ella. Así que nos toca treparla.

Y por fin hacemos una cumbre en la que no llueve, ni hay niebla, la más humilde de las cuatro, pero como tantas veces en la vida, la más generosa.

Descendimos por la vertiente contraria para alcanzar el collado de Valporquero.

Y por un regato descendimos a la pista por la que subimos.

En el valle nos reciben las orquídeas y las centaureas, son el bálsamo a nuestra pena por lo que no vimos, el laurel que premia nuestro tesón.


El cielo ya quería despejarse.

Y el valle nos acoge como albergue y nos brinda su hospitalidad.

La llegada la pueblo nos transporta en el tiempo y nos recuerda tantos momentos de nuestra juventud.

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